Corrupción e integridad.
Sven Amador Marín
Ahora que me ha tocado desempeñar el papel de padre de familia, he pensado en cómo les explicaré a mis hijas muchas cosas que, en primer término, no me fueron explicadas a mí y que, en segundo lugar, ellas necesitarán conocer. Hay temas tan relevantes para la vida de las personas y, al mismo tiempo, tan poco diálogo sobre ello, que cuando se llega a cierta edad, se enfrentan a esas situaciones sin el más mínimo antecedente.
Yo sigo descubriendo muchas cosas que, considero, debí conocer y saber desde hace algún tiempo. Me viene a la mente, por ejemplo, el tema de los impuestos o de trámites gubernamentales y ni que mencionar el de la sexualidad humana. Sobre estos tópicos, una cosa es lo que nos dicen en la escuela pero otra muy distinta es con la que finalmente terminamos topándonos en la vida.
Uno de esos temas a los que le doy muchas vueltas sobre cómo voy a planteárselo a mis hijas, es el de la corrupción. Vivimos en un país que padece este cáncer y llegará el día en que se vean inmersas en una situación que les planteara el cuestionamiento sobre mantener su integridad o la de ir corrompiéndose.
El término “corrupción” se emplea tanto, que ya su uso excesivo puede perder de vista en principio su significación original. Cuando escuchamos hablar de corrupción, nos imaginamos a políticos trajeados y obesos. La realidad es que sabemos poco de ella pero está presente en nuestra vida cotidiana: en el pago de los servicios públicos, cuando vamos a cargar gasolina, en la aplicación y evaluación de nuestros exámenes escolares, en las asignaciones por “herencia” de plazas vacantes, en las ocupaciones privadas de espacios públicos, en el diezmo cobrado a proveedores y contratistas, en la entrega y difusión de información pública clasificada como confidencial o reservada e incluso en la “propina” o “estímulo procesal” a algunos servidores públicos para que atiendan con prontitud un trámite nuestro, por no mencionar la mordida a los agentes de tránsito.
Llegamos a conocer algunas causas de la corrupción, pero no alcanzamos una comprensión mayor o total de las mismas, y que le permiten constituirse realmente, como un estilo de vida imperante. La condenamos, sí, cuando se trata de otras personas (y más, si son gobernantes o políticos), pero la justificamos cuando se trata de nosotros o de alguien cercano.
Cuando hablamos de corrupción, considero que debemos partir de su acepción etimológica, donde el latín corruptiōnis, deriva del prefijo de intensidad con- y de rumpere, que se puede entender como “romper, hacer pedazos”. Me gusta pensar en el enfoque de la corrupción de materiales la cual se refiere a una alteración de la pureza o de la integridad de una sustancia, tanto si es por desmembramiento, como por mezclarse con otras sustancias o por desviación del curso esperado.
Sin embargo, Transparencia Internacional tiene una definición muy sencilla y que no quiero dejar pasar, definición que se acepta por su precisión: el abuso del poder público para beneficio privado aunque, ojo, esta definición se refiere a las conductas de los miembros del sector público, y que planea sobre la superficie de la corrupción general, por llamarla de una forma.
Sobre esta corrupción, me atrevería a asegurar que todos estamos sumamente propensos a incurrir en ella partiendo, de entrada, de las múltiples influencias de nuestro entorno que nos moldean o nos alteran, ya que, si bien es cierto no hay un ideal de Ser Humano fuera de las religiones, sí nos fijamos un cause personal que aspira a la mayor felicidad, siempre dentro del marco de las leyes y las instituciones que democráticamente nos damos.
Así pues, cuando vamos sorteando leyes, mermando la función de las instituciones y tomando atajos en la vida en sociedad o participando de forma directa o indirecta en los “desvíos” de otras personas, nosotros mismos degradamos nuestra integridad personal, la vamos haciendo añicos, a veces en forma lenta y gradual y otras veces, en forma precipitada e intensa, rompemos, hacemos pedazos el edificio de nuestras cualidades y valores.
En un país como el nuestro, habrá millones de justificaciones para corromperse, es más, me atrevería a asegurar que una gran mayoría nos hemos corrompido, el problema no es tanto esto, sino el volverlo un modus vivendi, un estilo de vida, un objetivo vital de nuestra existencia que además trasciende al plano de lo familiar y lo laboral donde lo que termina predominando es el deseo desmedido de poseer bienes materiales o de compensar carencias a través de cargos e influencia. Poder y dinero.
Pero pocas personas entienden que poseer ambas cosas —poder y dinero—, no es posible. “El dinero, más que ayudar a construir poder, lo tiende a disminuir”, asegura Beau Willimon, creador del drama político estadounidense House of cards. “Vaya pérdida de talento. Él eligió el dinero en lugar del poder, un error que en este pueblo casi todos cometen. Dinero es la gran mansión en Sarasota que empieza a caerse a pedazos luego de diez años. Poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos”, asegura viendo a la cámara Frank Underwood, el protagonista de esa serie.
Lo cierto es que son muchas las causas y los fenómenos que originan y permitan que siga existiendo la corrupción, detectarlos, tenerlos bien identificados es un primer paso para empezar a buscarle solución, labor que inicia desde el hogar, y que se extiende al ámbito escolar y al laboral. Así lo encontramos en uno de los sistemas anticorrupción más eficaces donde se contempla de forma íntegra en un mismo frente, la educación, la prevención, la investigación, la evaluación y, finalmente, el diseño de las políticas. Para el caso de México, existe un intrincado sistema de combate a la corrupción que investiga y sanciona… nos queda mucho por hacer.
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