Sven: La docencia en tiempos de Peña Nieto.
Por Sven Amador Marín
– Luego de buscarlo durante un tiempo y de desearlo durante casi una década, por aquellos años a finales de mi carrera, al fin tendré la oportunidad de pararme frente a un grupo de clase y compartir los modestos conocimientos que he adquirido relacionados con mi profesión, y algunas experiencias y anécdotas en torno a la materia de Derecho.
Debo confesar que muchas veces imaginé el día que esto sucedería, incluso en cierta ocasión, hará cosa de un año, donde parecía que finalmente tendría la oportunidad, ni siquiera dormí pensando en los detalles, desde la primera impresión hasta pasando por la forma de evaluar e incluso el atuendo. Hoy vuelvo a sentir ese nerviosismo.
Durante muchos años —casi la mitad de mi vida— tuve la oportunidad de sostener diversas charlas en grupos de jóvenes (y no tan jóvenes) a lo largo y ancho de la península de Baja California, desde Cabo San Lucas hasta Tijuana. Disfrutaba mucho esas vivencias y finalmente siempre concluí que era yo quien más aprendía de esa interacción, yo era el que recibía nuevos conocimientos y más aprendizaje, era maravilloso intercambiar experiencias de vida con todo tipo de personas, desde los que estaban haciendo serios esfuerzos por recuperarse de una adicción, hasta aquellos que, desempeñando un rol prominente en sociedad, abrían su corazón para poner sobre la mesa los temas que le aquejaban o le entusiasmaban.
Pero ahora, considero que es algo distinto. Ahora, frente a un grupo de clase, el acompañamiento será continuo, no predomina en principio la mejor disposición de ánimo, existe un sistema de evaluación y la relación maestro-alumno tiene sus matices muy especiales.
Habrá que pensar en una región cuatro para el carpe diem de La sociedad de los poetas muertos y el «Oh captain, my captain» de Walt Whitman, habrá que luchar por inculcar el asombro (o por rescatarlo, mejor sea dicho), por sembrar la sana duda, por establecer un pacto de complicidad donde se entremezclen los contenidos de la materia con la búsqueda de valores más sublimes, donde pueda aportar una gota al vasto mar de virtud que es la humanidad y cumpla con mi función social de corresponsabilidad, donde entonces sí, más allá del núcleo de mi familia, pueda esforzarme por entregar a la sociedad unos cuantos estudiantes que cuestionen la toma de decisiones de sus gobernantes, que cuestionen el estado actual de las cosas, que deseen informarse, que persigan sus sueños a base de sudor, que no sucumban ante lo que el mundo y las demás personas les digan que tienen que ser y hacer. ¡Que busquen desarrollar el pensamiento crítico y el descubrimiento de ideas nuevas! Que de esta forma, los muchachos aprendan a pensar, a cuestionar y rehacer sus vidas en forma diferente.
Espero con ansias empezar la búsqueda de caminos que no se limiten a que los muchachos decidan por una profesión guiados totalmente por el ingreso económico, que ellos mismos encuentren las herramientas necesarias para digerir los contenidos. No quiero únicamente que salgan capacitados o adiestrados de mi clase, sino que se conciban como sujetos de talento con capacidad de razonar y sentir, con un adecuado manejo del pensamiento y el lenguaje, que sean conscientes de su pequeñez y con un esperanzador punto de partida donde les resuene en la mente el dicho de Jean-Paul Sartre de que un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.
El análisis de los valores de la voluntad, la inteligencia y la libertad experimentados en sus vidas, en equilibrada simbiosis con la reflexión sobre el origen y la importancia del derecho, la valoración sobre la formación y la creación de las leyes, además de la aplicación cotidiana de las disposiciones de nuestra Constitución Política y quizá una distinción de las ramas del Derecho, bien podría ser la ruta a seguir.
Me fijaré como marco de actuación los rasgos que Pablo Latapí afirma deben caracterizar a la buena educación, es decir, el carácter, como la congruencia entre pensar y obrar; la inteligencia, con tres notas sumamente interesantes como lo son la cultura general, las destrezas intelectuales fundamentales y el dominio de conocimientos especializados; los sentimientos, ya que éstos invaden los territorios de la inteligencia y deben equilibrar sus actuaciones; y la libertad, sumamente ligada a la responsabilidad.
Ahora me tocará a mí brindar la motivación suficiente de los alumnos para aprender encontrándose a gusto con el ambiente que les promueva en clase. Cuando se traten temas de poco interés para el estudiante, habrá que permitirles la participación activa y experiencias relacionadas a la misma, para que les sea más llevadero y tengan un mejor rendimiento.
A punto de iniciar mi experiencia docente, me toca analizar bien qué filosofías y que método utilizaré para enseñar a los jóvenes del presente. Ahora me toca a mí ser agente de cambio en una sociedad que exuda corrupción y hacer el mejor trabajo posible de tal manera que marque positivamente a cada uno de los estudiantes que pasen por mis manos.
Al final, ni todo el alboroto que trae la Administración Pública con su llamada reforma educativa tendrá cabida plena en el aula, cuando ingrese a ella frente a un numeroso grupo de alumnos medianamente expectante por el nuevo “profe”, y les de las buenas tardes para iniciar mi clase.
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